
Y así nos vamos acostumbrando a muchas cosas… comidas, posturas al dormir, lugares para transitar, pensamientos que no nos presentan dilemas, y muchísimas otras cosas que cada uno se sabe como acostumbrado.
Pero cuando la vida se amoldó a nuestra costumbre, ¿Qué pasa?, ¿Dónde guardamos esos sentimientos que también son necesarios para el ser humano como la capacidad de asombro, el gusto por lo nuevo, el vértigo de lo desconocido, las ganas de cambio, etc.?
Creo que a todas esas cosas las acostumbramos a desaparecer, y así cuando quieren asomarse las disfrazamos con rutinas estandarizadas; o lo que es peor… nos convencemos de que las estamos saciando con modificaciones mínimas y ya de por si, ritualísticas; que se unen a la rutina de “saciar esas cosas que me agarran cuando mi instinto me pide un cambio”…
Y vamos robotizando el pensamiento; con una serie de comandos ya preestablecidos de acuerdo con una preferencia que hace mucho tiempo dejó existir en nosotros… porque cambiamos, a pesar de que pongamos resistencia; todo lo que nos rodea, cambia y nos obliga a cambiar… pero es mas fácil no creerlo… ¿Para que preguntarnos cuales son nuestras necesidades actuales?, ¿Para que preguntarnos cuales son aquellas cosas que nos hacen plenos en este momento?, ¿Para que preguntarnos que pasaría si…? Es mas fácil dejarlo todo como está… porque así esta bien… porque nuestro miedo de encontrarnos con que quizás… a lo mejor…hay algo que puede llenar ese vacío que sentimos todos los días de nuestra vulgar, rutinaria, predecible y efímera vida…